Clase virtual, idioma, y lenguaje
A lo largo del semestre el tema del uso de las redes sociales y su vinculación con la actividad académica ha sido recurrente. Y no es para menos. Las nuevas tecnologías de la información importan cambios de conducta a nivel individual que nos hace muy diferentes a como éramos hace apenas 20 o 30 años-; y no es necesario invocar a la imaginación para suponer que esto no se va a detener. El fenómeno reciente de la masificación de las redes sociales, nos deja muchas lecciones: una de las más importantes es la de ratificar lo imprevisible que resulta la tecnología, y en especial, la informática. La implementación tecnológica para este tipo de convivencia, ha traído innegables ajustes en la calidad de vida. Es cierto que también ha segmentado socialmente a los usuarios, pero a cambio ha ofrecido la posibilidad del acceso, casi inmediato, a una comunidad paralela a la contextual del individuo. No suple a la familia, ni a la actividad física fraternal en sí misma, sino que ahonda un aspecto innegable de la psíquie basado en la necesidad de pagar el menor costo posible al comunicarnos con los demás. Ahora conocemos, socializamos, y en buena parte dependemos de las conocidas como redes sociales. Pero es claro que éstas son solo parte de lo que nos espera. Un somero cálculo o especulación sobre los avances tecnológicos logrados hasta ahora, indican una tendencia que no se va a parar. Ha ido en ascenso y al mismo tiempo que se sostiene como fenómeno industrial y económico, empuja a una especie de expansión tecnológica masiva: nadie se puede abstener de la informática. Ésta se extiende, y al hacerlo obliga al cambio de comportamientos sociales e individuales. No es posible detenerla, y no es posible abstenerse de ella.
En particular: nadie puede estar en contra de la educación a distancia, muy al contrario: las posibilidades que nos brinda la tecnología son magníficas para la enseñanza. Debemos esperar y estar dispuestos a crear nuevas formas de extender la educación basándonos en la economía de recursos que nos ofrece la tecnología. El solo imaginar que esa fuera la solución para que nadie se quedara sin escuela, ya es de por sí suficiente estímulo para promover la idea; siempre y cuando también se resuelva, de alguna manera [con el tiempo y en base a la propia tecnología], el problema de la inclusión de la experiencia propia del tomar “una clase presencial”. Quizá eso no sea una cuestión meramente generacional: algunos afirman que a esta generación [digital, por decirlo de algún modo] empieza ya a tener problemas para escribir caligráficamente; pero eso también es de esperarse. Si se hiciera una comparación ente los jóvenes de hace 20 años y los de hoy, qué respuesta tendrían las siguiente preguntas: ¿quien escribe más; quién lee más?
Y el mejor ejemplo de ello, son aquellos jóvenes que se califican a sí mismo como chica-o-chico, facebook [aquellos que se la pasan en su cuenta, escribiendo todo el día]. Este comportamiento, podría verse desde el aspecto patológico, es cierto, pero también debiera, por justicia, comprenderse el hecho de la escritura en sí misma: importa un lenguaje diferente, propio, a veces agresivo con el idioma, pero no deja de ser un acto de creación.
El juego de palabras, conceptos e ideas que fluyen a través de las redes sociales, aún si se comprendiera en su aspecto patológico, resultaría vencedor frente al hecho de la no-escritura. La historia empezó cuando el hombre dejó el primer registro de ella... así que despreciar el hecho de que un joven irrespete a las reglas de la escritura, por sí mismo, no nos dice mucho en realidad.
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