El relativismo de “la verdad”...
En clases pasadas ya se estuvieron abordando temas de lógica, como fundamento indispensable de la argumentación, y en específico, de la Argumentación Jurídica.
Las herramientas de la lógica están siempre presentes en todo razonamiento que se pretenda válido. La lógica nos proporciona una guía de revisión o corrección del pensamiento, que es insoslayable en cualquier tipo de reflexión, y más cuando se trata de una que se pretende científica. Se trató el tema de las operaciones básicas de la lógica [se nos recomendó el libro de Pedro Chávez C.]: a) el concepto, b) el juicio, c) el razonamiento, etc. ; se habló de los principios de la lógica: a) del de identidad, b) de no contradicción, c) del tercero excluso, y d) de la razón suficiente. Y también se reflexionó sobre lo que son los argumentos deductivos e inductivos; y de los errores o vicios del razonamiento [la falacia, especialmente]. Del diálogo y la dialéctica... etc. Pero de todos los temas que se abordaron, quizá el más interesante haya sido el de ubicar dentro de todos ellos el concepto de verdad.
La verdad, como se sabe, no es sino una declaración de corrección que pretende ser universal; es decir que ésta sufre a su vez del relativismo propio que adquiere cualquier aseveración científica o cotidiana: el razonamiento pretende universalidad, ante todo; y su validez depende entonces, como nos lo muestra la historia del pensamiento, más de las posibilidades de refutación de ese razonamiento, que de su valor intrínseco. El valor “verdad” no puede ser un absoluto incondicionado y totalizador, ya que los propios fundamentos sobre los que se edifica son la explicación de su vulnerabilidad: todo razonamiento es una interpretación, y como tal, una invención de la realidad que no sobrepasa las limitaciones de la razón humana; o en todo caso, que no puede desligarse de ella, como su origen y explicación.
Si de un conjunto de razonamientos se puede concluir un modelo de explicación para un fenómeno determinado, éste modelo se cimenta ante todo, como posibilidad de explicación, pero no como descripción absoluta de la realidad que pretende explicar. Finalmente, en un extremo de brillantez científica, no sería más que una descripción funcional, útil, en tanto no exista un mejor modelo que explique de mejor manera el fenómeno descrito. Bajo esta dinámica aparentemente sofocada de incertidumbre, es que se ha construido la ciencia moderna. Pero este relativismo resultante a su vez apuntala a la ciencia misma, ya que el entramado intelectual moderno [cartesiano] toma a la duda como el más estricto de los principios del conocimiento.
Dudar entonces no sería una debilidad de la ciencia, sino su fundamento. Por tanto, de la duda sobre la validez de cualquier modelo explicativo de la realidad, se nutriría la aspiración científica. Visto históricamente, la detracción de un modelo teórico determinado por otro mejor estructurado o con más fundamentos de validez, no implicaría sino su culminación, o mejor dicho, su perfeccionamiento. De este modo, es que podrían contemplarse una infinitud de teorías aparentemente fallidas [como el de la generación espontánea de Huxley, o las tremendistas de Malthus, ambas del siglo XIX]. De su falibilidad aparente, se desprendería la posibilidad de construcción científica, teniendo al fallo científico como aliciente de la ciencia misma.
Por otro lado, se podría concluir que cualquier postulado científico carece entonces de permanencia: su validez, o pretensión de verdad, estaría reducida incluso a una interpretación de carácter histórica o generacional. No podría trascender los límites que imponen los fundamentos de la ciencia [la duda] ante todo, ya que si lo hiciera se constituiría en una paradoja inmovilizante del conocimiento.