El Kybalión I
La lectura de este texto ha sido extremadamente difícil. El propósito declarado de la misma fue precisamente el contrastar nuestra forma de razonar el mundo, y especialmente lo que denominamos ciencia. En el medio de todos los razonamientos que se hicieron en clase siempre estuvieron presentes la noción de occidente que impregna nuestro conocimiento, y la cerrazón a otras formas de entender el mundo. De las lecciones que se pueden concluir de este texto, las más importantes no provienen de su contenido, sino de las autocríticas que pueden surgir a partir de su rechazo.
El texto fue escrito hace cien años, y afirma retomar un conocimiento de hace cuando menos cinco mil; desde antes de la época de los faraones en Egipto antiguo. De difícil digestión, la constante del kybalión es que consigna principios filosóficos y científicos muy primitivamente planteados, pero que sin duda se pueden considerar vigentes en su debate o incluso como válidos: por ejemplo, los principios de vibración -todo es movimiento-; el de causa y efecto, y el de ritmo -todo fluye, avanza y retrocede-.
Egipto y Occidente
Curiosamente, la crítica a la Visión Occidental que subyació en las discusiones en clase respecto a este texto, también conllevan un cuestionamiento del propio concepto de Occidente. No es nueva la discusión, ni la crítica: los griegos de la época clásica (Siglo V y IV, anterior a esta era) hablaban de Egipto como de una civilización milenaria, y sin embargo, nadie consideraría su pensamiento como parte predecesora de la filosofía como invento.
Dejando de lado la cuestión de la veracidad de sus fuentes, si el kybalión recoge efectivamente ese conocimiento prefaraónico (digamos que de cinco mil años de antiguedad), la cuestión entonces sería por qué no es considerado como Occidental: Egipto, en el extremo, pero forma parte de las culturas surgidas a lo largo del mar intermedio (como lo llaman los árabes) entre los continentes africano, europeo y asiático. Su época de esplendor puede situarse en más de dos mil años antes de la existencia de la Grecia clásica y la helénica. Si tan solo se imaginara el conocimiento mínimo, posible y necesario, que impulsó a esa civilización durante un solo milenio, tendría qué concederse que existe un gran vacío de información al respecto, ya que ninguna civilización con esos logros pudo haber sobrevivido sin un tipo de conocimiento con alto grado de complejidad. Científico; conocimiento científico, se le podría categorizar con los estándares actuales. Es una mera especulación, pero los vacíos de conocimiento que existen respecto a esa civilización en particular pueden fundar el atrevimiento: si se tomara como válida la fuente del kybalión (prefaraónica), el poder de los siete principios que preconiza podrían explicar cómo una civilización pudo sobrevivir por miles de años. La fuente de estudio y legado más importante lo conforma su arquitectura pétrea, y la escritura ahí plasmada, pero la datación de cada uno de esos vestigios no deja otro camino sino la especulación respecto al carácter del conocimiento que lo hizo posible.
Respecto al Estado primitivo conformado en y por Egipto, no todo puede concentrarse en la figura del Faraón y sus pretensiones de divinidad, como no es suficiente para considerar a las Monarquías europeas absolutistas de hace cuatro siglos: mismos elementos, en distinto momento histórico. Bajo ambas formas de Estado subyace una concepción teórica, que hace posible la existencia de una civilización. Y para que ésta exista es necesario a su vez un tipo de conocimiento que las leyes más elementales de la naturaleza ponen a prueba.
Sea en cuestiones de lo que occidentalmente conocemos como “Política”, sea en materia militar, arquitectónica, económica e incluso en materia religiosa; en Egipto antiguo seguramente se requirió de la existencia de procesos efectivos para la conservación, la transmisión y la generación de nuevo conocimiento. El kybalión no nos proporciona nada de eso respecto a Egipto (tomando como válida la fuente que reivindica), pero sí nos invita a la reflexión respecto de lo que puede significar para una civilización un principio tan poderoso como el de “causa-efecto”.
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