El conocimiento II: idealismo y epistemología
Es diferente en cambio atribuirle un origen sensorial directo a una idea fantástica, bizarra o sublime; y menos aún a conocimiento al que se le pueda atribuir el carácter de científico. Incluso en el caso extremo de que todos los elementos de esa idea tuvieran fracciones de percepción sensorial (el viento, el agua, un árbol, etc.), su composición y transformación en conocimiento poético o científico, tiene un origen distinto. Los mil hombres de una aldea pueden ver la misma luna, pero no verla del mismo modo ni tener la misma representación mental. Y dentro de estas diferentes formas de ver el mismo objeto, la del científico y la del poeta resaltan por sus pretensiones. Para encontrar el origen de este tipo de conocimiento es necesario buscar otras explicaciones que nos alejen de los datos directos que los sentidos proporcionan.
Si el conocimiento de un poeta o un científico se parecen en algo, es que ambos comparten un lenguaje con pretensiones de validez universal. El método de ambos, poeta o científico, puede incluso ser diametralmente opuesto, e incluso el primero de ellos reconocerse como imposible de definir, pero la pretensión es la misma: en sus planos respectivos, debe ser comprobable, para tomarse como válida.
Conocimiento comprobable
Lo que hace válido al conocimiento científico es el dotarse de medios para su comprobación. Pero esta comprobación y los criterios que la acompañan para hacerla posible, también pueden a su vez someterse a prueba. Finalmente no son sino medios o caminos para llegar a un punto determinado (la comprobación). Si por ejemplo, alguien afirmara que de la materia inerte (Huxley, siglo XIX) pueden surgir formas de vida complejas, e hiciera un experimento mediante el cual “lo comprobara”, este medio de comprobación es el que podría ponerse en duda, y a partir de él ser refutada la afirmación; no por la afirmación en cuanto tal, sino en virtud del medio de comprobación elegido para validarla.
A otro nivel de conocimiento se podría elevar la afirmación de que se habla [“de la generación espontánea”, como se le conoce históricamente], si se hablara de cianobacterias, contenidas en algún tipo de rocas de miles de millones de años de edad, y se tomara a éstas como parte de un material inerte [qué más material inerte que una roca], como se especula que podrían existir en el planeta Marte.
Lo mismo ocurriría en el caso de la afirmación de que la muerte fuera “la cesación de todo signo vital en un ser”. A esta afirmación [de redundancias] aparentemente muy científica y fácilmente verificable, le podría bastar la utilización de un estetoscopio como medio de comprobación de su validez, o en un caso más extremo, incluso la de un microscopio electrónico; pero el medio de comprobación seguiría la misma suerte de ser sujeto de prueba como medio válido de comprobación.
En cambio, para continuar con el caso de la afirmación anterior, un físico podría dar otros medios de prueba puramente especulativos [alejados del estetoscopio o microscopio electrónico], pero más cercanos a la comprobación del conocimiento involucrado en la definición de muerte: fundado en definiciones de energía y materia, el físico retomaría la afirmación de “cesación de todo signo vital”, para recomponerla en un mero relativismo biológico, totalmente dependiente de los diversos niveles de energía que existen en el universo. A partir de todo ello, la teoría de la “generación espontánea” podría interpretarse de otro modo, pero no a partir de la propia afirmación [ingenua en su método, y por tanto históricamente pseudocientífica], sino de los medios para validarla.
Conclusión
En Aristóteles, Descartes, Darwin, Pasteur... la ciencia moderna puede encontrar fuerza y corrección en su camino; pero la naturaleza de la búsqueda que representan sus afirmaciones, conlleva también el inevitable relativismo que implica el concepto de verdad.
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